JOYAS DEL PRADO

 

Para hablar con propiedad de Paolo Cagliari, llamado el Veronés, hay que comenzar citando al gran Elie Faure, tan vehemente como certero. “Si hay que entender como pintura el arte de organizar sinfónicamente los colores, no hubo nunca, ni habrá jamás, un pintor más grande que ese cuyo mismo nombre, cuando se pronuncia, parece un destello de perlas y piezas de oro».

Es verdad. Sin la trascendencia inaugural de Masaccio; sin la impronta científica de Piero della Francesca; sin el tirón multidisciplinar de Da Vinci; sin el prestigio canónico de Rafael o el aura genial de Miguel Ángel, Veronés es el colorista más grande de su siglo, uno de esos “artesanos” que engrandecen la historia del Arte desde planos más bien discretos.

El cuadro que he elegido entre los que exhibe el Prado es una buena muestra de los talentos del Veronés. La escena es conocida. Durante una visita a Jerusalem, Jesús se despista de sus padres y aparece en el templo donde deja con la boca abierta a los sabios del lugar. Al margen de la sabiduría compositiva y del bien ponderado manejo del color, se aprecia el gusto del pintor por la arquitectura, a la que homenajea con frecuencia. Consta su excelente relación con el arquitecto de referencia en la Venecia del siglo XVI: Palladio.

A título de anécdota merece la pena contar que los hermanos Barbaro, ricos comerciantes, encargaron a Palladio una villa en Maser, localidad cercana a Venecia. Toda la pintura del edificio se encomendó al Veronés. Para entendernos, como si un empresario francés hubiera encargado una casa a Le Corbusier y la pintura a Matisse, o una rica heredera norteamericana hubiera hecho lo propio con Lloyd Wright y Rothko.

En dos obras verdaderamente deslumbrantes, La cena en casa de Leví (Galería nacional de Venecia) y Las bodas de Caná (Louvre) estas capacidades y libertades de nuestro artista quedan patentes hasta un extremo que llegó a preocupar a los inquisidores de turno. Veronés defendió la libertad de creación.

Un recorrido sin prisa por la sala del Prado donde los veroneses se exhiben es altamente recomendable.

Una última cosa. Al parecer, este cuadro lo adquirió Velázquez, por encargo de Felipe IV, en su segundo viaje a Italia. Una muestra más del exquisito gusto del monarca y su pintor de cámara.

En la imagen: LA DISPUTA CON LOS DOCTORES EN EL TEMPLO (hacia 1560. Óleo sobre lienzo. 236 cm x 430cm). PAOLO VERONÉS (Verona 1528- Venecia 1588)

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